Biografía de Charles H. MACKINTOSH

CHARLES HENRY MACKINTOSH nació en octubre de 1820, en Glenmalure Barricks, Condado de Wicklow, Irlanda. Su padre fue capitán del regimiento de los Highlanders, y su madre fue hija de Lady Weldon, cuya familia se había establecido en Irlanda desde hacía mucho tiempo. Cuando tenía 18 años, el joven Mackintosh fue despertado espiritualmente a través de la lectura de cartas que le escribía su devota hermana después de su conversión. Obtuvo la paz con Dios a través de la cuidadosa lectura del artículo de J. N. Darby Las operaciones del Espíritu, aprendiendo de él que «lo que nos da la paz con Dios es la obra de Cristo por nosotros, y no la obra de Cristo en nosotros». Alrededor de 1874, escribió: «No tengo el honor de estar entre los primeros en plantar sus pies en el bendito terreno que ocupan los ‘hermanos’. Dejé la iglesia Anglicana cerca del año 1839, y tomé mi lugar a la mesa del Señor en Dublín, donde el querido hermano Bellett ministraba con gran aceptación. Como joven, por supuesto, me movía recatadamente, y no tenía la menor intención de aparecer en ningún tipo de ministerio público. Puedo afirmar, de hecho, que lo único que alguna vez pudo haberme inducido a levantarme en público, fue el más solemne sentimiento de responsabilidad. Nunca pude entender hasta ahora el excesivo impulso de algunos jóvenes, que parecen estar siempre listos a hacer oír sus voces en la asamblea, incluso en presencia de canas y de vasos dotados de dones. Para mí, este tipo de cosas ha sido siempre muy ofensivo.»

Cuando tenía 24 años (1844), abrió una escuela privada en Westport, y se entregó con entusiasmo a su labor docente. Mas a pesar de su profesión, siempre consideró a Cristo como el centro de su vida, y el servicio para Cristo constituía su principal preocupación. Por el año 1853, C.H.M. resignó su tarea docente por temor a que ella suplantara su servicio para Cristo como interés principal, al cual entonces, con el sostén del Señor, consagró su vida y se dedicó por entero al ministerio de la Palabra, tanto escrito como público.
Cuando Mackintosh fue atacado por haber usado la expresión «humanidad celestial» con respecto al Señor, J.N.D escribió una carta en julio de 1862 en estos términos: «Probablemente C.H.M. se expresó de manera desprevenida en sus expresiones, pero la acusación en cuanto a que él niega la verdadera humanidad de Cristo, es pura injusticia.»
Poco tiempo después se sintió guiado a iniciar un periódico de edificación cristiana, del que continuó siendo redactor y editor por 21 años: en el que aparecieron publicados la mayoría de sus escritos. Con su acostumbrada claridad y energía, declaró sus razones para comenzar este periódico en los siguientes términos del primer número publicado:

   «Al presentar al lector el primer número de nuestro periódico, nos sentimos obligados a dar las razones que nos condujeron a llevar a cabo este servicio, y también los objetivos que, por la gracia de Dios, nos hemos propuesto cumplir:
   No creemos que sea necesario dar explicaciones de por qué hemos agregado una más a las numerosas publicaciones existentes, que tienen por objeto la circulación de la pura verdad.  Las queremos a todas y, si fuese posible, quisiéramos miles más. Nunca serían suficientes los medios que tendríamos para fomentar la verdad y para reprimir el mal.
   1. Porque, en primer lugar, es un hecho lamentable que el enemigo de las almas haya obrado con mayor diligencia en la palabra impresa, que los siervos del Dios viviente. Numerosos como son los libros, los folletos, los tratados y los periódicos en que brillan las palabras de verdad eterna para la instrucción y el consuelo de las almas, sin embargo, las publicaciones de hombres infieles, inmorales y de tendencia irreligiosa exceden en número a aquéllos en una cantidad aterradora. 

   2. Creemos que el arte de la imprenta fue diseñado, por la gracia de la Providencia, como una poderosa herramienta para la difusión del conocimiento de la Biblia; pero no podemos cerrar nuestros ojos ante el alarmante hecho de que el enemigo está haciendo uso diligente de ese mismo arte con el propósito de corromper, en todas las direcciones, las fuentes de pensamiento y de sentimiento. Éste está publicando, de la manera más económica y atractiva, males groseros, errores que destruyen a las almas y perversiones de la verdad. Y podemos decir seguramente que, si el positivo error ha provocado la muerte de sus miles, la perversión de la verdad ha dado muerte a sus diez miles.

   3. Pero estamos plenamente persuadidos de que, a pesar de todos los esfuerzos del enemigo, el Señor está congregando a los suyos; está cumpliendo Su propósito, y apresurando el paso para Su reino eterno. Pero ¿será esto un motivo de flojedad, frialdad e indiferencia  para los siervos de Cristo? Todo lo contrario; la convicción de ello constituye la base de un servicio constante e inconmovible. Trabajamos por cuanto sabemos, por autoridad divina, que “nuestro trabajo no será en vano en el Señor”. Sería triste, por cierto, si lo que nuestro Dios nos ha dado en su gracia como un estímulo que despierta el alma para trabajar, sea usado como argumento para la inactividad, si la seguridad de alcanzar el fin de Dios fuese una razón para descuidar los medios de Dios. Esto sería hacer un lamentable uso de la bondad y la fidelidad de Dios.  

   4. Además, emprendemos este servicio por cuanto nos sentimos obligados a servir y a testificar, en tanto perdure el tiempo para el servicio y el testimonio. El día se acerca rápidamente en el cual ya no seremos llamados a dar tales frutos. Cuando estemos en la presencia del Maestro, nos dedicaremos a admirarle y a adorarle; pero ahora, en el “poquito” (Hebreos 10:37) tiempo que resta, en la noche de Su ausencia, nuestro santo y feliz privilegio es estar “creciendo en la obra del Señor siempre” (1.ª Corintios 15: 58). Somos responsables de hacer que la luz alumbre por todos los medios posibles; de hacer circular la verdad de Dios por todos los medios, ya a través de las palabras de la boca, ya por medio de papel y tinta; ya en público, ya en privado, “a la mañana y a la tarde”; “a tiempo y fuera de tiempo”; debemos “sembrar junto a todas las aguas”. En una palabra, ya sea que consideremos la importancia de la verdad divina, el valor de las almas inmortales o el terrible progreso del error y del mal, somos imperativamente llamados a estar de pie y a actuar, en el nombre del Señor, bajo la guía de su Palabra y por la gracia de su Espíritu.»

Poco se sabe de los detalles de su vida personal. Era un hombre de carácter más blando que J.N. Darby, y siempre vivía en una atmósfera de profunda devoción, manifestando un ferviente amor no sólo por los hermanos, sino también por las almas perdidas. Un espíritu afable y cortés le caracterizaba, lo que hacía que tratara de evitar conflictos y controversias, aunque no dejaba de estar al tanto y de refutar los errores comunes de su época, como puede apreciarse en el siguiente párrafo:

«Podemos preguntar si simplemente profesar la religión del país, tener una fe adquirida por herencia, una mera educación religiosa, puede servir de apoyo al alma en presencia de un audaz escepticismo que razona acerca de todo y que no cree nada. ¡Imposible! Debemos pararnos delante del escéptico, del racionalista y de los que atacan la fe y, con toda la calma y dignidad de una fe divinamente forjada, decir: “Yo sé a quién he creído” (2 Timoteo 1:12). Entonces no nos dejaremos mover por libros tales como «The Phases of Faith», «Essays and Reviews», «Broken Lights», «Ecce Homo» o «Colenso» (The Life and Times of Josiah 2 Chronicles 34-35).»

En cuanto a su ministerio, no tenemos registro de su ministerio oral, pero sus "Notas sobre el Pentateuco" todavía gozan de gran popularidad no sólo en sus varias ediciones en inglés, sino en los tantísimos idiomas a los cuales han sido traducidas y siguen traduciéndose. Se ha dicho que si bien J.N. Darby fue el autor más prolífico de los «hermanos» —habiendo salido de su pluma más de 50 sustanciosos volúmenes—, las obras de C. H. Mackintosh son las que mayor número de veces han salido de la imprenta. Sus escritos han sido de gran influencia en el mundo entero. Miles de cartas de agradecimiento llegaban de todo el mundo por tanta ayuda recibida en la comprensión de las Escrituras a través de su ministerio escrito, y especialmente en la comprensión de los tipos de los cinco libros de Moisés. Del mundo evangélico, Dwight L. Moody y C. H. Spurgeon reconocieron muy especialmente la ayuda recibida por los libros de Mackintosh, los que siempre recomendaban muy especialmente.

Las «Notas sobre el Pentateuco» en inglés, aparecieron publicadas en seis volúmenes, comenzando con el Génesis, de 334 páginas, y concluyendo con dos volúmenes sobre el Deuteronomio de más 800 páginas. El prefacio a cada volumen de las«Notas» fue escrito por su amigo y colaborador Andrew Miller, quien fuera autor, entre otras obras, de «Breves escritos sobre la Historia de la Iglesia», y de quien se dice que fue el que le animó a escribir sus «Notas» y quien financió en su mayor parte su publicación. A. Miller dijo en cuanto a los estudios de C.H.M. sobre el Pentateuco, que «presentan de una forma sorprendentemente completa, clara y frecuente la absoluta ruina del hombre en pecado y el perfecto remedio de Dios en Cristo». Efectivamente, Mackintosh escribía en un estilo notablemente claro, y una vez J. N. Darby dijo de él: «Usted escribe para ser entendido, yo pienso solamente sobre el papel.»
Otra serie muy conocida de C. H. Mackintosh, y que fue también numerosas veces reeditada, son los Miscellaneous Writings (Escritos misceláneos), cuya primera edición apareció en 1898 en seis volúmenes que sobrepasan las 2500 páginas, los cuales consisten en una selección de artículos que escribió para el periódico (hoy en día se publican en un solo volumen de 908 páginas de doble columna). Desde entonces, la demanda por esta colección de escritos no ha cesado y han sido reimpresos una y otra vez hasta hoy.

En los «Miscellaneous Writings» encontramos unos excelentes comentarios de C. H. Mackintosh sobre la evangelización. En el volumen cuatro leemos de su artículo «La gran comisión», sobre Lucas 24:44-49, lo siguiente:

«Nuestro divino Maestro llama a los pecadores a arrepentirse y creer al Evangelio. Algunos nos quieren hacer creer que es un error llamar a personas “muertas en delitos y pecados” a hacer algo. ‘¿Cómo’ —arguyen— ‘pueden aquellos que están muertos, arrepentirse? Ellos son incapaces de cualquier movimiento espiritual: deben recibir primero el poder, antes de arrepentirse y creer.’
¿Qué contestamos a esto?: Simplemente que nuestro Señor sabe más que todos los teólogos del mundo qué es lo que debe ser predicado. Él sabe todo acerca de la condición del hombre: su culpa, su miseria, su muerte espiritual, su falta total de esperanza, su total incapacidad de producir siquiera un solo pensamiento recto, de pronunciar una sola palabra justa, de hacer siquiera un acto de justicia. Sin embargo, Él llama a los hombres a arrepentirse. Y esto nos basta. No debemos ocuparnos en tratar de reconciliar aparentes discrepancias. Nuestro feliz privilegio, y nuestro deber irrenunciable, es creer lo que él dice, y hacer lo que él dispone. He aquí la verdadera sabiduría, la que da como resultado una sólida paz… Nuestro Señor predicó el arrepentimiento, y él mandó a sus apóstoles a predicarlo; y ellos lo hicieron de manera perseverante.»

Puesto que muchos están enseñando lo contrario, u omiten mencionarlo, bueno es ver el énfasis de C.H.M. en la necesidad de un genuino arrepentimiento. En el volumen 3 hay una sección de 86 páginas bajo el título: Artículos sobre el evangelismo, en medio de la cual hace un excelente y extenso comentario sobre Hechos 16:8-31. Para citar unas líneas de tan ricas páginas:

«Sentimos cada vez más la inmensa importancia de un testimonio evangelístico ferviente y celoso por todas partes; y tememos sobremanera cualquier apartamiento o mengua de este sentir. Somos imperativamente llamados a “hacer la obra de evangelista” (1.ª Timoteo 4:5), y a no movernos de esa obra por causa de ningún tipo de argumento o consideración… Observamos con profunda preocupación a algunos que una vez fueron conocidos entre nosotros como fervientes y eminentemente exitosos evangelistas, abandonando ahora casi por completo su obra y convirtiéndose en maestros y conferencistas.
Esto es muy deplorable. Necesitamos realmente evangelistas. Un verdadero evangelista es casi tan raro de hallar como un verdadero pastor. Lamentablemente, ¡cuán raros son ambos! Los dos están íntimamente relacionados… Sabemos perfectamente que existe en algunas partes la fuerte tendencia de echar agua fría sobre la obra de la evangelización; hay una triste falta de simpatía con el predicador del Evangelio, y, como consecuencia necesaria, de una activa colaboración con él en su obra… Hemos hallado invariablemente que aquellos que piensan y hablan ligeramente de la obra del evangelista, son personas de muy poca espiritualidad; y, por otro lado, los santos de Dios más devotos, más sinceros y mejor enseñados, están siempre seguros de tomar profundo interés en esa obra… Pero yo encuentro en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, que un gran porcentaje de mucha de la bendecida obra evangelística, era llevada a cabo por personas que no fueron especialmente dotadas con un don para la evangelización, sino que tenían un ardiente amor por las almas, y un profundo sentimiento de la preciosura de Cristo y de su salvación.»

Su primer tratado, escrito en 1843, fue sobre «la paz con Dios». Su último artículo, escrito en 1896, pocos meses antes de su partida a la presencia del Señor, se tituló: «La paz de Dios.»
Los últimos cuatro años de su vida residió en Cheltenham. Cuando, debido a la debilidad de su cuerpo, ya no tenía más capacidad para ministrar en público, Mackintosh continuó escribiendo.
El 3 de abril de 1896, apenas siete meses antes de que el Señor se lo llevara, C.H.M. escribió desde Cheltenham:
«Aunque ya no tengo más fuerzas para mantenerme erguido frente a mi escritorio, siento que debo enviarle unas afectuosas líneas para notificarle sobre la recepción de su amable carta del día 21 de este mes. Estoy inválido desde hace un año, confinado a estas dos habitaciones. Sigo pobre y bajo los cuidados del médico, padeciendo bronquitis, fatiga, asfixia y gran debilidad en todo mi cuerpo. Pero todo es divinamente justo. El Señor de toda gracia ha estado conmigo y me ha permitido comprender, de una manera muy notoria, la preciosura y el poder de todo lo que he estado hablando y escribiendo por alrededor de 53 años. ¡Bendito sea su Nombre! Sé que sabrá disculpar este tan pobre fragmento, pues ya no tengo la capacidad de escribir demasiado…»
Durmió en paz en el Señor el 2 de noviembre de 1896.
Cuatro días después, una enorme compañía de hermanos de muchos lugares se reunió para su entierro en el cementerio de Cheltenham. Fue sepultado al lado de su amada esposa.