Las pérdidas: Solitarios tiempos de crisis



Mientras escribo estas palabras, un enorme incendio ruge a través
de un desfiladero que está a unos 50 kilómetros al norte de mi
hogar. Acabo de apagar el televisor. Estaba viendo un noticiero en
que se entrevistó a un matrimonio. Los dos estaban de pie tomados
del brazo. Su hogar, que les había costado un cuarto de millón de
dólares, acababa de desaparecer en el humo. Habían pasado 11
años ahorrando y construyendo su “sueño”. En menos de 30 minutos
había quedado reducido a una pila de ceniza humeante.
Varios estados del sur de los Estados Unidos de América: Louisiana,
Misisipí y Alabama, fueron desolados recientemente por un
huracán devastador. Las inundaciones, los vientos tormentosos y
los saqueadores han infligido pérdidas. Las pérdidas se han estimado
en millones de dólares, tal vez unos 500 millones en su totalidad.
Precisamente antes de regresar a mi hogar esta noche, pasé alrededor
de una hora con una señora cuyo marido murió ayer.
Un miembro de nuestra iglesia también tuvo que ser internado
en un hospital esta tarde. El pudiera perder un brazo por causa del
cáncer.
Es fácil no comprender las cosas que Dios tiene para enseñarnos,
por cuanto no podemos imaginarnos que él participa en el dolor, o
en la desilusión, o en la aflicción que nos produce la pérdida de
algún ser amado o de algo que estimamos mucho. Pero algunos de
sus más selectos envíos llegan a nuestras vidas por la puerta de
atrás. Estos inesperados reveses se abalanzan sobre nosotros, y a
menudo no estamos preparados para recibirlos con el empaque particular
en que Dios los entrega. Por tanto, es fácil no comprenderlos.
En sentido general, las pérdidas son de dos categorías.

LA PERDIDA DE LOS SERES AMADOS
Joseph Bayly perdió tres de sus hijos, quienes murieron de la
manera más inesperada, dos de ellos mientras estaban en la adolescencia.
Posteriormente, él escribió un libro View from a Hearse (La
perspectiva desde una carroza fúnebre), en el cual se refirió a la pérdida
de personas que significan mucho en nuestra vida.1 ¡El libro
fue un éxito!
Cuando mi buena amiga Joyce Landorf soportó el dolor de perder
a su preciosa madre, ella compartió su profunda tristeza con
todos nosotros en su libro Canción de duelo, uno de sus mejores
libros.2
Pero tal vez usted no tenga el don de expresar su pérdida en forma
tan elocuente. La persona que perdió pudiera ser un familiar, o
un amigo íntimo, un compañero de trabajo, y está experimentando
solo la pérdida. Ha perdido a esa persona, bien porque murió o porque
está distante: de cualquier modo, la perdió. Había disfrutado
de comunión y compañerismo con esa persona, y de repente murió o
se fue muy lejos, de tal modo que no vuelve a tenerla cerca. Tal individuo
ya no está visiblemente presente.
Esa es una clase de pérdida que es difícil soportar. ¿Ha pensado
alguna vez en el mensaje de Dios cuando pierde a algún ser amado?

LA PERDIDA DE LAS COSAS QUE AMAMOS
La segunda clase es la pérdida de necesidades o beneficios personales:
la pérdida de un trabajo, de un deseo, de una meta o de un
sueño en la vida (y todos tenemos tales sueños, o debiéramos
tenerlos; ¿qué sería de la vida sin sueños?). Ocurre la pérdida y, de
repente, comprende que nunca se realizará el sueño que tenía en su
corazón. Job: un hombre que lo perdió todo
En este capítulo, echaremos una mirada a la dolorosa historia
familiar de Job. El perdió tanto personas como cosas. Es fácil ensalzar
e inmortalizar a este hombre, famoso por su paciencia, según
Santiago, “la paciencia de Job”. Pero quiero que sienta con él el
horrible golpe de sus pérdidas.
Tenga en mente que la Biblia es un libro de realidades. Eso fue
lo que me atrajo a ella hace años. Ella no ensalza a los santos; dice
la verdad acerca de ellos. Los pinta como son. Cuando actúan como
hombres de Dios, ella los presenta como tales. Y cuando fracasan,
descubre eso. La Biblia no anda con rodeos.
Echemos una mirada a la lista de bienes espirituales y materiales
de Job. En primer lugar, era piadoso. La Escritura dice que él
era “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job
1:1). ¡Uno no puede llegar a ser mucho mejor que eso! Era un increíble
hombre de Dios, un hombre altamente respetado.
En segundo lugar, él tuvo una familia grande. Le nacieron siete
hijos y tres hijas: un total de diez. Una verdadera “aljaba” llena
(ver Salmo 127:3-5).
En tercer lugar, tenía abundantes posesiones, entre las cuales se
incluían 7.000 ovejas, 3.000 camellos, 500 yuntas de bueyes, 500
asnas y siervos por docenas.
En cuarto lugar, tenía prestigio. El texto hebreo dice literalmente
que Job era “el más pesado” de todos los orientales. Eso no significa
que era gordo. Es una expresión antigua que significa “próspero”.
El era notoriamente popular. La gente sabía acerca de Job. La
mayoría de los eruditos bíblicos creen que Job vivió en los días de
los patriarcas, que fue contemporáneo de Abraham. Su nombre era
ampliamente conocido.
Quiero que se entienda que, si hablamos humanamente, Job no
merecía sufrir las pérdidas que experimentó. Todas las pérdidas no
vienen por causa de hacer lo malo. Algunos del pueblo de Dios que
sufren grandemente, no lo merecen, desde el punto de vista humano.
Quiero hablar especialmente a esas personas.
El hecho es que Job era piadoso. El tenía una familia buena y la
cuidaba de manera excelente. El continuó orando por sus hijos, aún
después que éstos hubieron crecido. Estos ya tenían sus propios
hogares; así sabemos que él vivió muchos años. El texto bíblico no
dice nada acerca de la salud de él, ni de su edad, ni de su negocio.
Simplemente, lo describe como un hombre de Dios, tranquilo, próspero
y seguro.
Algunos pudieran pensar, al leer estas palabras: “Bueno, ¿quién
no andaría con Dios al tener un estilo de vida como ése? Es decir,
rodeado de tanta seguridad, ¿quién no estaría con el Señor?”
Ese fue exactamente el enfoque que Satanás le presentó al
Señor: “¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que
tiene? . . . Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y
verás si no blasfema contra ti”.
He aquí la historia. Trate usted de representarse la escena lo
mejor que pueda; no pierda ni una línea.
Y un día aconteció que sus hijos e hijas comían y bebían vino en
casa de su hermano el primogénito, y vino un mensajero a Job, y le
dijo: Estaban arando los bueyes, y las asnas paciendo cerca de ellos,
y acometieron los sabeos y los tomaron, y mataron a los criados a
filo de espada; solamente escapé yo para darte la noticia.
Aún estaba éste hablando, cuando vino otro que dijo: Fuego de Dios
cayó del cielo, que quemó las ovejas y a los pastores, y los consumió:
solamente escapé yo para darte la noticia.
Todavía estaba éste hablando, y vino otro que dijo: Los caldeos
hicieron tres escuadrones, y arremetieron contra los camellos y se
los llevaron, y mataron a los criados a filo de espada; y solamente
escapé yo para darte la noticia.
Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus
hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el
primogénito; y un gran viento vino del lado del desierto y azotó las
cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron;
y solamente escapé yo para darte la noticia (Job 1:13-19; cursivas
del autor).
¡Simplemente así! ¿Sintió usted el movimiento rápido, golpe
por golpe del relato? Ahí estaba Job, seguro, tranquilo e ileso.
Luego, después de haber presentado a sus hijos e hijas delante de
Dios en oración, murieron uno tras otro, sin advertencia. El perdió
todos sus hijos adultos.
¿Cómo respondió él? Comenzó diciendo: “Desnudo . . .”. ¿No es
interesante eso? Job, con las manos vacías, dependiente, sin tener
nada en sí, con la cabeza rasurada y con el manto roto, es el cuadro
de la absoluta dependencia. El adora al Señor y dice: “Desnudo salí
del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y
Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).
El no levantó sus puños hacia el cielo para blasfemar contra Dios. El oró. Tampoco se sumió en la autoconmiseración y en los
gemidos. “¿Por qué a mí?” No, él adoró.
Es tentador pensar: “Bueno, él fue un tipo especial, un tipo de
hombre cristiano extraordinario. Yo no soy de ese mismo corte; ése
no es mi mundo”.
Pero, Job no tenía nada especial. Simplemente, era un hombre
de Dios. Su estilo de vida estaba vinculado con el de Dios tan bellamente
que no podía ser desviado.
¿Se apesadumbró? El resto del libro nos dirá que sí.
¿Fue él un hombre realista? En todo el sentido de la palabra.
Pero él no le echó la culpa a Dios; él no pecó. Eso me dice que esto
puede lograrse. Eso me dice a mí, a las madres y a los padres, que,
por medio del poder de Dios, podemos lograr una confianza vital en
Cristo cuando se presente la calamidad. Hombres de negocios, estudiantes:
cuando ustedes vean que su sueño muere, y piensen que llegó
el fin; cuando vean que el romance fracasa, Dios dice: “¡Oye!
Aún estoy aquí. ¿Me recuerdas?” Tales tiempos difíciles nos sazonan,
nos atemperan . . . nos maduran. Las pérdidas dan temple a
nuestras vidas, que de otro modo serían frágiles.
Un miembro de nuestro personal pastoral me hizo recientemente
un comentario muy penetrante. Dijo: “Parte de la dificultad con
el hombre que he estado aconsejando es que nunca ha sufrido realmente
una pérdida severa. La vida casi lo ha malcriado”. Eso puede
suceder fácilmente.
Así que nuestro amigo Job no le echó la culpa a Dios, ni tampoco
pecó. Al buscar una razón lógica, pudiéramos pensar: “Bueno, por
lo menos le quedaba la salud”. Demos la vuelta a la página.
Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con
una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la
cabeza (Job 2:7).
¡Qué horrible!
Una autoridad en enfermedades dice que esta condición se parece
a la plaga que se menciona en Deuteronomio 28:27, 35. He aquí
una idea de lo que Job soportó:
Jehová te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna, y
con comezón de que no puedas ser curado (versículo 27).
Te herirá Jehová con maligna pústula en las rodillas y en las piernas,
desde la planta de tu pie hasta tu coronilla, sin que puedas ser
curado (versículo 35).

El doctor Meredith Kline, erudito en Antiguo Testamento, ofrece
una vivida descripción de la enfermedad de Job:
La moderna opinión médica no está unánime en el diagnóstico de la
enfermedad de Job, pero según el análisis que se hizo de ella en
aquel día, era una enfermedad que no tenía esperanza de curación.
Entre los horribles síntomas se incluían: erupciones inflamadas
acompañadas de intensa picazón (2:7, 8); gusanos en las úlceras
(7:5); erosión de los huesos (30:17); ennegrecimiento y caída de la
piel (30:30); y aterradoras pesadillas (7:14); aunque algunos de
éstos posiblemente pueden atribuirse a los prolongados rigores
soportados después del comienzo de la enfermedad. Parece que todo
el cuerpo de Job fue rápidamente castigado con estos síntomas
repugnantes y dolorosos.3
¡Qué cuadro tan trágico! Job está cubierto desde la coronilla
hasta la planta de sus pies con esas úlceras supurantes y dolorosas,
y está sentado sobre ceniza rascándose con un tiesto.
Cuando usted ha experimentado una pérdida, ¿se ha preguntado
alguna vez por qué Dios deja algunas cosas y quita otras? Algunas
veces, lo que él deja le parece extraño a usted. ¡Estoy pensando
en la esposa de Job! Ella le dijo: “¿Aún retienes tu integridad? Maldice
a Dios, y muérete” (Job 2:9).
¿Quién necesita un consejo como ése? Bayly menciona en su
libro que una de las mejores contribuciones que podemos dar a una
persona que está pasando por intensos sufrimientos y pérdida es
hacer acto de presencia sin decir palabra, ni siquiera descargar
versículos bíblicos en el oído del que está afligido. El escribió:
No trate de probar algo al que sufre. Ponerle el brazo sobre el
hombro, tomarle fuertemente la mano, darle un beso: éstas son las
pruebas que necesita el afligido, no razonamientos lógicos.
Yo estaba sentado, desgarrado por la aflicción. Alguien llegó y
me habló acerca de los tratos de Dios, de la razón por la cual esto
sucedía, de la esperanza después del sepulcro. Me habló constantemente,
me decía cosas que yo sabía que eran ciertas.
Yo estaba inmóvil, lo único que deseaba era que él se fuera. Al
fin se fue.
Vino otro y se sentó junto a mí. No habló nada. No hizo preguntas
fundamentales. Simplemente, se sentó junto a mí durante una
hora o más, oyó cuando yo dije algo, respondió brevemente, oró sencillamente,
y se fue.
Me conmoví. Me sentí consolado. Lamenté que se fuera.4
Un individuo que está aturdido por el golpe de la calamidad
tiene el corazón quebrantado. El suelo de su alma no está listo para la implantación de la semilla celestial. Llegará a estar listo, pero no
lo está ahora. Tampoco está listo para recibir exageradas palabras
de consejo como: “Maldice a Dios, y muérete”.
(La señora de Job, incidentalmente, sólo se menciona una vez
más en toda la Biblia. La gran contribución de ella a la vida de Job
sería el consejo que le dio y que aparece en 2:9, y luego, lo que se
dice en 19:17. Allí Job comenta: “Mi aliento vino a ser extraño a mi
mujer”. ¿Puede usted creerlo?)
Hace varias semanas sonó mi teléfono un lunes por la mañana.
Un buen amigo mío de nuestra iglesia trataba de hablarme, pero la
voz se le quebrantó. Quería entrevistarse conmigo lo más pronto
posible. Me dijo que mi consejo le era absolutamente vital. Se disculpó
por interrumpirme en mi día libre, pero no podía esperar.
Por supuesto, dejé todo. Nos encontramos en mi oficina menos
de 30 minutos después. El entró tambaleándose. Mientras me daba
un abrazo, lloraba audiblemente. Inmediatamente, sentí que
Clifford (no es su nombre real) no estaba en condiciones de recibir
un consejo de gran potencia, ni siquiera de que le recordara lo que
yo había predicado 24 horas antes.
Entre sollozos y largas pausas de silencio total (que son tan
importantes en el proceso del aconsejamiento), no le dije virtualmente
nada. La esposa de Clifford acababa de regresar de una consulta
con su médico. Después de amplias pruebas y de exámenes
completos de diagnóstico, está comprobado que ella tiene una enfermedad
maligna en las glándulas linfáticas; y es de aquella clase que
tiene un pronóstico sombrío, aunque ella soporte los horribles tratamientos
de quimioterapia. Comprensiblemente, ésa fue una noticia
devastadora.
Durante casi una hora, el hombre expresó su angustia, sus temores,
su confusión. El está versado en la Escritura. Su esposa y él
asisten fielmente a los servicios los domingos. Los dos aman a
Cristo. Pero ése no era el momento de decirle muchas cosas
. . . aunque fueran ciertas. El necesitaba a alguien que lo oyera,
simple y llanamente.
Y lo más raro fue que, cuando Clifford se iba, me volvió a abrazar
y me dio las gracias por haberlo aconsejado. Realmente no creo
que hice ni siquiera diez breves declaraciones en todo ese tiempo.
Cuando tenga amigos que estén pasando por valles de aflicción,
ellos apreciarán muchísimo el solo hecho de que se preocupe por ellos. 
La presencia suya, algún acto bondadoso, un abrazo cordial y
cosas por el estilo les mostrarán mejor su amor. De hecho, el sólo
sentarse junto a ellos y llorar con ellos a menudo ayuda muchísimo.

LA GRAN META DE DIOS
Quiero que usted lea un versículo que, en mi opinión es uno de
los más profundos de la Biblia.
Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has
hablado. [Así que aquí está, por favor, márquelo con lápiz o haga
una anotación mental. Grábeselo en la mente y úselo cuando las
calamidades le azoten.] ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el
mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios (Job
2: 10) .
¡Amén! El Dios de Job no era una bondadosa criatura que se
sienta en el borde del cielo, y deja caer unos buenos regalos
pequeños envueltos en plata, y dice: “Eso te hará feliz. Eso te complacerá”.
Ese no es el Dios de los cielos. El soberano Dios del cielo
dispone y dispensa lo que le da la gloria a él. El no sólo nos da el
bien, sino también la adversidad. Nuestro gran Dios no está obligado
a mantenernos cómodos.
¿Vio usted esa verdad? “¿Recibiremos de Dios el bien [¡Ah,
estamos prontos a recibir eso!], y el mal no lo recibiremos?” ¿Está
usted dispuesto para aceptar la adversidad? En la carne, en la perspectiva
horizontal, ¿la resentirá? ¿Huirá de ella? ¿Desarrollará una
amargura contra él, con las palabras: “¡Qué clase de Dios es ése!”?
Pero en la dimensión espiritual, usted reconocerá que él tiene el
derecho de traernos lo desagradable así como lo agradable. Sin este
concepto, nunca podrá perseverar a través de las presiones. ¡Estas
lo arrastrarán!
Oigame, nuestra principal meta en la vida no es ser felices o
estar satisfechos, sino glorificar a Dios. Eso da un golpe cortante a
nuestra cultura occidental. La meta de todo padre para su familia
es que estén felices y satisfechos. Muy pocos padres, pero muy preciosos,
tienen como meta para su familia que ellos glorifiquen primero
a Dios. Nosotros con nuestro trabajo desgastamos los dedos
hasta llegar a los huesos y hasta el último día de nuestras vidas,
para poder estar felices y satisfechos; y lo único que tenemos como
resultado de eso es los dedos desgastados. No, la gran meta de Dios
para nuestras vidas es que lo glorifiquemos a él, como dijo el apóstol
Pablo: "... o por vida o por muerte” (Filipenses 1:20).
Oigamos el consejo de Job cuando las calamidades se extinguen:
He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga;
Por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso.
Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará;
El hiere, y sus manos curan.
En seis tribulaciones te librará,
Y en la séptima no te tocará el mal.
En el hambre te salvará de la muerte,
Y del poder de la espada en la guerra.
Del azote de la lengua serás encubierto;
No temerás la destrucción cuando viniere.
De la destrucción y del hambre te reirás (Job 5:17-22).
Como ve, la gran meta de Dios para nosotros no es que estemos
tranquilos o satisfechos, ni que vivamos en un maravilloso plan de
constante sonrisa, felices, sin afrontar calamidades, ni males, ni
dificultades. Es malo decir al que no es cristiano: “Confíe en Dios, y
sus preocupaciones se acabarán . . . Crea en Jesús, y nunca volverá
a experimentar la derrota”. Eso es injusto. ¡Es completamente
antibíblico!
En vez de ello, sería más honesto decir: “Crea en Jesucristo, y
usted entrará en un mundo de pruebas que nunca antes conoció, por
cuanto habrá llegado a ser objeto del mismo Jesús, y en su vida han
de ser formados los rasgos del carácter de él. Y francamente, no se
pueden formar sin el fuego y la pérdida. Puesto que nuestra meta es
glorificar a Cristo, podemos esperar alguna pérdida”. ¡Eso es exacto!
Cuando usted sufre y pierde, eso no significa que está desobedeciendo.
De hecho, eso pudiera significar que está precisamente en el
centro de la voluntad de Dios. El sendero de la obediencia se caracteriza
a menudo por tiempos de sufrimiento y pérdida.
Job admite sinceramente: “He aquí yo iré al oriente, y no lo
hallaré; y al occidente, y no lo percibiré” (Job 23:8). Ahora bien, he
aquí un hombre con un cuerpo descompuesto y en decadencia; que
no tiene hijos; con una esposa regañona. Siente el corazón pesado, y
por la noche busca a Dios. El exclama: “He aquí yo iré ... y no lo
hallaré”. Cuando hay pérdidas, los tiempos son solitarios y de crisis.
Y al occidente, y no lo percibiré;
Si muestra su poder al norte, yo no lo veré;
Al sur se esconderá, y no lo veré” (Job 23:8, 9).
Cuando usted ha pasado por etapas como ésta, comprende exactamente
lo que dice Job.

LA PERSPECTIVA CORRECTA
Creyente, recuerde que Dios sabe el camino.
Mas él conoce mi camino;
Me probará, y saldré como oro
[lo cual implica que la aflicción tendrá fin].
Mis pies han seguido sus pisadas;
Guardé su camino, y no me aparté.
Del mandamiento de sus labios nunca me separé;
Guardé las palabras de su boca más que mi comida.
Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?
Su alma deseó, e hizo.
El, pues, acabará lo que ha determinado de mí;
Y muchas cosas como estas hay en él (Job 23:10-14).
¡Qué maravilloso! Esto es lo más difícil que se puede afirmar en
el mundo. Cuando yo he perdido todo y acudo a una porción bíblica
como ésta, que dice que él lo “ha determinado” así para mí, ¿sabe lo
que tengo que hacer? Tengo que cambiar mi perspectiva. Tengo que
obligarme a ver el asunto desde el punto de vista de él. Lo que ahora
se considera a menudo como una pérdida conduce a una ganancia
más tarde. El Señor le restauró la fortuna a Job, y le aumentó todo
lo que tenía al doble. ¡Le duplicó la prosperidad!
Ahora, tengamos el cuidado de no hacer de esta situación específica
un principio general. Es fácil que pensemos: “Ah bueno, yo
tenía un trabajo en que ganaba 33.000 dólares por año. Ahora cuando
lo perdí, el próximo mes Dios me dará uno en que gane 60.000
dólares por año. ¡Todo resultará magnífico! Mi talonario de cheques
siempre tendrá balance ... mi automóvil nunca se echará a perder”.
Esa manera de pensar reduce al Dios Todopoderoso a un solo
envoltorio en que están San Nicolás, el Hada Madrina y Aladino y
su lámpara maravillosa. Las bendiciones de nuestro Señor no se
miden siempre en dólares y centavos.
Cuando él recompensa después de la pérdida, construye los rasgos
del carácter interno. El da una profunda paz. Provee cosas que
el dinero no puede tocar. La seguridad reemplaza a la inseguridad.
Recibimos propósito y dirección renovada para nuestras vidas.
Logramos un entendimiento, un corazón compasivo, junto con una
clase de sabiduría que nunca antes tuvimos.
¿No es interesante la manera como usted se puede complicar en
su propio pequeño mundo, en su propia casita, y luego un día hace
un viaje en avión, y eso cambia su perspectiva? El aeroplano se
remonta a 5.000 metros de altura ... a 8.000 ... a 10.000; ¿y qué
ve usted? ¡Ve un mundo completo allí abajo! Su perspectiva se altera,
por cuanto ya no está mirando la vida desde el punto de vista de
un pequeño cuarto, ni se preocupa por el color de una cortinita.
Allí es donde él mora. El arregla todo como una bella pieza de
tapicería. De vez en cuando, usted echa una mirada al revés y ve los
nudos y la parte fea de la pieza. ¿Qué es lo malo que hay en ella?
Dios mira desde el otro lado; él ve todo a la vez.
¿Ha sufrido recientemente una pérdida? Tal vez la herida esté
aún delicada; tal vez sea demasiado pronto para saber por qué.
Francamente, ¡tal vez nunca lo sepa! Pero a través de todo eso,
créamelo, Dios no lo abandonó. El estuvo allí. El nunca se apartará.
Una vez leí acerca de un hombre cuya vida estuvo caracterizada
por las penurias. Era cristiano, pero la vida no le era fácil. Experimentó
pérdida tras pérdida, y la desilusión y el dolor parecían ser
sus amigos más íntimos.
Una noche tuvo un sueño. El estaba con el Señor, echando una
mirada a su vida pasada, la cual estaba representada por medio de
huellas a lo largo de una playa arenosa. Generalmente, había dos
pares de huellas: la suya y la de su Salvador. Pero al mirar más de
cerca, vio que sólo había un par de huellas en los lugares muy escabrosos.
Confundido, frunció el ceño, y le preguntó al Señor:
“Señor, mira allí. Tú y yo hemos andado juntos durante gran
parte de mi vida . . . pero cuando las cosas se pusieron realmente
difíciles, ¿a dónde fuiste tú? En esos momentos te necesité más que
nunca. ¿Por qué me abandonaste?”
Y recibió la respuesta: “Hijo mío, nunca te he abandonado. Los
dos pares de huellas te confirman eso. Pero hubo ocasiones en que
las dificultades eran casi más de lo que tú podías soportar. En esos
tiempos verdaderamente difíciles, yo te cargué en mis brazos. El
par de huellas que ves en esos lugares peligrosos son las mías. Eso
ocurrió cuando yo te cargué”.
Podemos sentirnos solos, abandonados y olvidados, pero no lo
estamos.
En tiempo de pérdida, nuestro Dios nos toma en sus brazos y nos
sostiene cerca de él.

Tomado del libro: Tres pasos adelante Dos para atrás CHARLES R. SWINDOLL