¿Cómo llega un hombre a la fe? Horario A. Alonso "Doctrina de la Cruz de Cristo I "

¿Cómo llega un hombre a la fe?
A la luz de todo lo que hemos visto hagamos un alto aquí antes de continuar con la exposición del pasaje que venimos comentando.
a) Para llegar a la fe un hombre tiene que permitir que
Dios obre en su corazón. Veamos algo de este proceso:

1) Dios establece la fe mediante la predicación de su Palabra. El Espíritu de Dios toma la Palabra; impresiona la mente y la conciencia del hombre pecador y así la verdad de Dios penetra en el ser  interior.

2) Al oír el Evangelio el hombre es conducido al conocimiento de la verdad de Dios. Por tanto, esto implica dependencia de un poder y de una sabiduría que está fuera de nosotros. Pero además implica la confesión de que para satisfacer nuestras necesidades espirituales necesitamos ayuda ajena.

3) Al oír el Evangelio la conciencia de pecado se intensifica. Esta obra del Espíritu de Dios en el alma toma varias formas; ni todos los hombres pasan por las mismas circunstancias
ni Dios habla Uniformemente a todos. Pero, en general, hay que esperar que haya una intranquilidad de conciencia; o que surja el anhelo por una vida distinta, superior; otras veces lo que surge es la insatisfacción por uno mismo, o por la vida que hemos llevado hasta ahora.
Lo cierto es que no hay que descartar que, cuando se escucha el Evangelio, surja una cierta amargura de corazón.El primer efecto puede ser el de sentimos peores y no
 mejores. Pero también surge la confianza en la misericordia de Dios.

4) Dios obra al hablar. La Palabra de Dios es una realidad, es un poder que obra, opera los efectos pretendidos por Dios. En la parábola del Sembrador se ve que la Palabra obra cuando es recibida. En todo este proceso es fundamental escuchar a Cristo con la mente abierta y con el corazón dispuesto.

b) El hombre pecador tiene que permitir que Dios le hable del pecado, porque el propósito de Dios no es afligirlo sino llevarlo al arrepentimiento. El arrepentimiento es un cambio de mente; es un cambio
revolucionario en la vida espiritual; produce un pesar genuino, una tristeza del alma. Pero esto es saludable, porque, cuando se escucha el Evangelio detrás de esta tristeza del alma está Dios. ¿Cuál es el resultado? La voluntad se cambia. Un nuevo propósito se forma; hay un abandono del pecado,
y un retomo a Dios. En la conversión, el hombre se levanta del pecado; esto
es el arrepentimiento. Y se dirige a Cristo; esto es la fe. Ahora, cuando se predica el Evangelio se desemboca en una de dos actitudes:
1) Algunos están siempre probando lo bueno que son; dicen «no hago mal a nadie ... ». Hay, lamentablemente para ellos, quienes nunca dicen «Cristo murió por los pecadores, de los cuales yo soy el primero.» Éstos son los que confían en su propia rectitud. No han aprendido nada de
Dios. Más bien quieren convivir con el pecado; no quieren abandonarlo. Quizá les parece que pueden utilizar el arrepentimiento como un mecanismo para convivir con el pecado, para tolerar su pecado, y no como el medio para abandonarlo.
2) Pero otros dicen: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.» (l Ti. 1: 15). Éstos son los que sienten el pecado como pecado, y por eso vienen a Cristo. En éstos ha nacido la fe, y por medio de la fe son salvos.
c)La fe salvadora es un principio activo, porque exige del hombre una respuesta al llamado que Dios le hace. La voluntad del hombre interviene, porque la fe es un acto de la voluntad. Este acto de la voluntad es precedido por la reflexión. El intelecto considera el mensaje del Evangelio;
pesa el argumento, reconoce que los postulados del Evangelio sobre la universalidad del pecado son aplicables también a su condición delante de Dios. Puede haber perplejidad y duda, porque no todo se entiende, pero esta actividad del pensamiento se origina en una conciencia moral despertada. Este despertar a la realidad del alma frente a Dios es altamente saludable. Este hombre ansía
saber más, y el Evangelio le trae respuestas. «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad.» El Espíritu de Dios le conducirá a contemplar
a Cristo crucificado. «La mirada de fe al que ha muerto en la cruz al momento
la vida nos da», dice un conocido himno. Esto es lo que necesita una conciencia despertada por la Palabra de Dios. El arrepentimiento es la identificación de un hombre con la actitud
y el pensamiento de Dios hacia el pecado. Y la fe es confianza. En el centro del significado profundo de la fe se encuentra la idea de descansar en Dios. Cuando la fe se encuentra con su objeto, que es Cristo, el alma recibe descanso y paz. «Paz, dulce paz, nos habla paz la sangre de Jesús.»
La obra del Espíritu Santo tiene como finalidad la de convencer la inteligencia, pero como tarea es más que intelectual. Es espiritual Penetra en la razón y en la conciencia. Y produce una convicción no de desesperación, sino de esperanza.
El propósito de la convicción es producir fe en Cristo. Dios se dirige a nosotros como seres racionales y requiere una respuesta inteligente y voluntaria. Esta respuesta es la fe, es la confianza en Cristo como Salvador. Esta fe implica confiar hasta el punto de comprometerse con Cristo, de entregarse
a Cristo. Éste es el acto culminante de la fe cristiana: confianza y entrega total a Cristo. Por este acto de fe damos entrada a Cristo en nuestro corazón. Toda la vida del hombre es cambiada. Este acto conmueve al individuo; le conduce a nuevos actos, a nuevos pasos de fe para seguir a Jesucristo.
Pero el primer paso es el fundamental.
7. El Evangelio debe ser comunicado a la mente de los
hombres a través de la instrumentalidad de la Palabra de Dios. A continuación, Pablo, en un pasaje difícil, expone cuál es el concepto que él tiene de la fe salvadora. Veámoslo con
algún detalle. La predicación se hace para que toda alma entre en una relación salvadora con Cristo. Lo que Pablo destaca aquí es que lo que está envuelto en el llamado en el nombre del Señor no es algo que pueda ocurrir en el vacío; ocurre sólo en el contexto, en el ambiente creado por la proclamación del Evangelio. Pablo formula varias preguntas que llevan cada una al pensamiento hacia atrás. Si ponemos las cosas en el orden natural, cronológico, el proceso que conduce a la fe es
el siguiente:
1) tiene que haber mensajeros enviados;
2) estos mensajeros hacen una proclamación;
3) esto determina el oír por parte de los destinatarios;
4) este oír conduce a la fe;
5) por último, hay el llamado en el nombre del Señor. Esto está resumido en el versículo 17, cuando dice que la fe es o «viene» por el oír a través de la Palabra de Dios. La fe a que se refiere la primera parte del verso 14 es fe de confianza, de compromiso con Cristo. La siguiente
cláusula es fundamental; ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? Hay un punto en esta cláusula que debe ser explicado.
a) ¿De qué depende que la fe sea un compromiso
personal? Vale la pena considerar este punto de carácter lingüístico. En Romanos 10:14, la segunda pregunta dice: «¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?» Dentro de esta pregunta muchos exegetas subrayan que, en lugar de la preposición de bien puede caber la preposición castellana a, en cuyo caso se leería: «¿Y cómo creerán en aquel a quien no han oído?» La diferencia es sustancial, porque en el primer caso se trata de oír acerca de Cristo y en el segundo se trata de oír
a Cristo mismo. Esto muestra que, cuando el Evangelio es proclamado por mensajeros enviados por Dios, el que es escuchado es Cristo mismo. Esto es sorprendente, porque lo grande, lo sorprendente
y maravilloso de esta cláusula es que se representa a Cristo como el que es oído en el Evangelio cuando éste es predicado por mensajeros enviados por Dios. Es interesante que Sanday y Headlam, reconocidos entre los más grandes comentaristas, señalan que los vocablos griegos utilizados no significan «oír de alguien», sino «oír a alguien predicando o hablando»;agregan que así debe traducirse Romanos 10:14, y que lo que sigue en el pasaje debe entenderse asumiendo que la predicación de los mensajeros de Cristo es idéntica a la predicación de Cristo mismo.222 Las consecuencias son de un alto contenido doctrinal y práctico, para despertar la fe tenemos que
sumergir a nuestros oyentes en las Escrituras y para acrecentar la fe, hay que seguir el mismo camino
La implicación es que Cristo habla en la proclamación del Evangelio; esto es lo que tiene que ser entendido; el compromiso personal que implica la fe depende de que se produzca
un encuentro con las palabras del mismo Señor. Si lo entendiéramos así, deberíamos temblar, porque las más de las veces pedimos a la gente que responda a un llamamiento que no proviene del Señor. Pero, al mismo tiempo, si lo entendiéramos así, deberíamos regocijamos, porque en más de una ocasión hemos escuchado, detrás de las palabras de algún hermano predicador, la voz del mismo Señor hablando a su pueblo. Hemos arribado, otra vez, a un punto fundamental.
Pablo puede llamar a su mensaje «El Evangelio de la Gloria de Cristo, cual es la imagen de Dios» (2 Co. 4:4), porque la predicación que convierte el alma es aquella en la que Cristo está presente, con su poder y con su verdad. Es importante la opinión del exegeta James Denney, un grande en las Escrituras, quien traduce «¿Y como creerán a quien no han oído?», identificando la voz de los predicadores con la voz de Cristo. Y agrega que traducir «en aquel de quien no han oído» podría admitirse como legítimo en poesía.
Notemos que Pablo presenta aquí, en los versículos 14 y 15 una cadena de argumentos, que el autor Bengel denomina un «clímax retrogrado», es decir, un punto elevado de pensamiento
hacia atrás. Por medio de esa serie de preguntas Pablo señala que la salvación requiere la invocación al Señor; esto implica la fe. Esta fe sólo es posible si los oyentes han oído a Cristo; este oír a Cristo sólo es posible si hay una proclamación del Evangelio, y para esto se requiere que haya un
hombre enviado por Dios y no uno que hable por su propia iniciativa. Enseña el apóstol que el medio supremo que Dios ha utilizado para revelarse ha sido la Palabra, y que los judíos han tenido esta Palabra a su disposición como ningún otro pueblo la ha tenido. De allí la tragedia de Israel.
Sí, no queda ninguna duda. «La fe verdadera es una convicción, obrada divinamente, de la verdad de la Palabra de Dios que envuelve una aceptación de ella, y que conduce al que cree a la acción.»227 Dios no solamente dirige la Palabra al hombre sino que Él mismo abre el corazón para que perciba
su glorioso mensaje. La fe de la Biblia no es algo natural, sino algo obrado dentro de nosotros. La fe se enciende por el llamamiento de Dios; es engendrada en el alma por la Palabra de Dios. Los
escritos del Nuevo Testamento y la predicación tienen por objeto generar la fe y hacerla crecer. No tiene por tanto mucho sentido preguntar a una persona si tiene fe. antes de que haya escuchado y comprendido el Evangelio, porque es la Palabra de Dios la que engendra la fe.
La fe es un hecho espiritual. Como tal la fe depende de que las palabras de Cristo moren en el creyente. Este punto es esencial. La morada de las Palabras del Señor son el eje de la enseñanza de Él mismo en Juan 15:7: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo
lo que queréis, y os será hecho.» Estas palabras de Cristo tienen que morar como una potencia
viva y esto, a su vez, depende de todo el estado de la vida interior. El gran secreto consiste en que la Palabra de Jesucristo morando en nosotros es el equivalente de Él mismo morando en nosotros. La fe es lo que hace que nuestro sentido espiritual comience a funcionar una vez que el alma percibe
la Palabra de Cristo. Si uno desea ser un hombre de fe no podrá prescindir de
la Palabra de Dios. La obediencia a la verdad conocida llevará a nuevos conocimientos sobre esa verdad, y sobre todo al conocimiento experimental del mismo Señor que vive en sus palabras. y que vive en nosotros. El método es ése; el gran mérito de la vida de los hombres de Hebreos 11 es que ellos conocían a Dios. Este conocimiento es un proceso; lleva tiempo. Pero siempre, siempre hay que subrayar que la fe no existe desligada de su objeto, que es el mismo Señor. La medida de la fortaleza de la fe es siempre la medida del conocimiento de Dios. Éste es un punto fundamental. «Si uno
desea ser un hombre de fe, hay que subrayar que eso es el resultado de venir a ser una cierta clase de persona. No podrá ser un hombre de fe si descuida la santidad personal y la
obediencia a Dios, en todo. No será eso si descuida su Biblia.»
La fe salvadora es el conocimiento experimental de Cristo. Debemos conocerle como el que llevó nuestras iniquidades, el que nos salvó de hundirnos en el pecado, ese pecado que Él tomó sobre sí mismo (Matthew Henry, en Is. 53, 12). La fe comienza con el consentimiento de escuchar a Jesucristo con la mente abierta. La fe está alerta cuando Cristo habla, está alerta para recibir la verdad; la cree, la acepta, se compromete y se abandona a la verdad como es en Cristo Jesús.
b) ¿De qué depende que los que oyen lleguen a una comprensión
espiritual del mensaje del Evangelio?
Notemos que un mero asentimiento al mensaje es importante, pero no es todavía fe verdadera. En primer lugar, porque para entender el verdadero significado de los hechos
redentores hace falta una obra de Dios; se requiere una iluminación del entendimiento que está más allá de la comprensión ordinaria (l Co. 2). Esta iluminación es la que brinda el Espíritu Santo, quien da su propio testimonio junto con la palabra escrita y predicada. En segundo lugar, el mero asentimiento no es suficiente porque cuando el Espíritu Santo revela al alma la verdadera naturaleza de Cristo y la verdadera naturaleza del hombre como un pecador perdido, que no tiene otra salvación excepto en Cristo, entonces algo fundamental tiene que ocurrir; el mensaje predicado lleva con él una reorientación de las emociones y de la voluntad, de modo que pueda haber una reorientación de la vida entera, que implica un compromiso con Dios y con su verdad. Sí, la fe viene por el oír; viene
por oír esta Palabra de Cristo mediante la voz del Espíritu Santo, que se hace audible para el espíritu del hombre. Hay que recordar otra vez que el Evangelio nunca es entendido y creído, excepto por aquellos que, según la promesa, son «enseñados por Dios» (Is. 54:13; Jn. 6). El poder viene
de Dios, pero lo fundamental es que el Espíritu Santo pone su sello de aprobación cuando Cristo está presente en el mensaje que se predica. Así los hombres son enseñados por Dios.
La fe surge de lo que es oído. Es la predicación del Evangelio aquello que produce la creencia en él (Alford). Es decir, en tanto que el Evangelio sea predicado en el poder del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios engendra la fe en el mensaje de salvación a los corazones. y la cosa oída, el mensaje del
Evangelio, viene a través de la Palabra de Cristo. Este anuncio debe caer de los labios de Cristo; pero esto no es semejante a la mera palabra humana que pronto se disipa, sino que se trata de una palabra viviente que actúa como el medio para producir esta fe, y que resuena en el oído espiritual del hombre. Cuando Pablo formula estas conclusiones tan grandes, no puede menos que volver sus pensamientos al gran capítulo 53 de Isaías, porque dice en Romanos 10:16: «Mas no todos obedecieron al Evangelio; pues Isaías dice: Señor. ¿quién ha creído a nuestro anuncio?» Cita así al gran capítulo de Isaías que tanto ha contribuido a la interpretación que el Nuevo Testamento hace de la pasión y triunfo de Jesucristo.