Cincelado por la mano del Maestro (Erwin Lutzer)



El toque Humilde del Maestro
(Lee Juan 13:1-20)


El mundo es un lugar sucio, espiritualmente hablando. Las películas que vemos en televisión, la deshonestidad prevalente en los negocios y un general abandono de los valores morales, se constituyen en influencias que presionan a muchos creyentes a comprometer sus convicciones.
Las tentaciones que enfrenta la generación más joven son, históricamente en su totalidad, inigualables. Pero el verdadero enemigo no está afuera, está adentro. Nacemos con una naturaleza que tiende hacia los intereses carnales. Los deseos oscuros internos, sólo son muy receptivos a los estímulos externos. Y aun entre nosotros quienes estamos comprometidos con una vida de pureza, encontramos que cada centímetro de progreso es una competencia. ¿Cómo podemos vivir limpiamente? En 1986, un pirómano entró a la Iglesia Moody de Chicago, y se robó algunos elementos de mi oficina, decidiendo luego incendiar el órgano, el piano, el púlpito y varias sillas de roble.
El daño que el humo le hizo al templo fue extenso, y limpiar el edificio nos tomó miles de horas. No importaba con qué frecuencia limpiábamos las sillas del auditorio, los libros y los escritorios de las oficinas, pues aun podíamos encontrar cenizas ocultas en las rendijas de una silla, o en la gaveta de un escritorio. Las acciones de un hombre que tal vez le tomaron 10 minutos, ensuciaron unas cuatro mil sillas del auditorio, los himnarios, los pasillos y los salones de la escuela dominical, por no mencionar las oficinas.
Aunque el pirómano fue arrestado, y pasó algún tiempo en la cárcel, las consecuencias de su delito no disminuyeron. De igual manera ocurrió con Adán y Eva, un sólo acto de desobediencia hizo que la suciedad del pecado cayera sobre cada corazón humano. A través de los siglos, el hombre ha intentado limpiarse por sí mismo, pero aunque lo intentemos cuantas veces lo deseemos no podremos borrar las manchas. El hollín del pecado se ha fijado en el espíritu humano, un lugar que no puede ser alcanzado por los detergentes populares. De nuestros corazones debe ser desarraigado uno de los pecados más comunes, el orgullo. Esa sutil actitud que nos hace creer que somos mejores que otros. El orgullo hace que tengamos una vida de oración casual, porque creemos que necesitamos a Dios sólo durante las emergencias. Aún después de aceptar a Cristo como Salvador, el orgullo nos puede mantener lejos de ser verdaderos siervos.
Una tarde, ya bastante avanzada, los discípulos estaban debatiendo sobre la pregunta: ¿Quién es el mayor en el Reino de los cielos? (Mí. 18:1). Ellos esperaban que Cristo estableciera su reino, razón por la cual se preguntaban, ¿quién podrá ser el primer ministro? ¿Quién servirá como secretario de estado? Esa misma noche, Cristo tenía en su itinerario celebrar la última cena con ellos. En ese ambiente, Elles dio una lección poderosa acerca de la humildad y la limpieza espiritual. Como podríamos esperarlo, Pedro estaba involucrado en ese discurso altamente necesario. Cristo utilizó sus reacciones y preguntas para enseñar algunas lecciones que todos nosotros necesitamos aprender. Una vez más, el Escultor divino cinceló un poquito más aquellas actitudes carnales en el carácter de Pedro. También comprobó su habilidad para limpiarle de cualquier mancha impura que se escondiera en su corazón y conciencia.
En aquellos días la gente usaba sandalias abiertas o de amarrar, y los pies se ensuciaban mucho a medida que andaban por caminos polvorientos. Se esperaba que los siervos le lavaran los pies a los huéspedes para hacerles sentir cómodos, al igual que bienvenidos. Jesús le había pedido a sus discípulos que prepararan el aposento alto, para comer con ellos la cena de la Pascua. Cuando los 13 hombres llegaron, no había ningún siervo disponible. Los discípulos se miraron unos a otros, preguntándose quién se inclinaría para lavar sus pies. Jesús los sorprendió: .. .se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugar/os con la toalla con que estaba ceñido (Jn. 13:4-5).
Consideremos las tres lecciones que Cristo le enseñó a Pedro y a los' demás discípulos. Lecciones que todos debemos aprender. 

Lección sobre la servidumbre

Los discípulos debieron haber quedado sorprendidos y avergonzados. ¡El Hijo de Dios estaba ceñido con una toalla, y se inclinaba para lavar los pies de cada discípulo! ¡Cómo podía El rebajarse tanto! ¡El Creador les estaba lavando los pies a sus criaturas! Increíble, Dios se encontraba arrodillado. De hecho, aquellas manos crearon el universo, El pronunció la palabra para que existiera, y ahora ellas estaban lavando pies sucios. Lógico, Cristo se sentía seguro viviendo con el pleno conocimiento de que no
necesitaba mantener la esperada postura de un rey. El podía humillarse a sí mismo porque las expectativas de otros no eran importantes. Su seguridad personal interna, era la fuente de esa paz permanente que controlaba cada uno de sus movimientos, y su fortaleza. La frase clave de esta historia está en Juan 13:3: .. .sabiendo Jesús. La confianza de Cristo estaba tan profundamente arraigada, que bien podía descender a
una posición baja sin que su dignidad se viera amenazada. ¿Qué sabía El, específicamente, que le permitía creer que lavar unos pies sucios no estaba por debajo de su dignidad?
Primero: El conocía su misión. Antes de la fiesta dela pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn. 13:1). En esta hora se reunirían la oscuridad de Getsemaní y el horror de la cruz. Sin embargo, esta era precisamente la razón por la cual Cristo había venido al mundo; la voluntad de Dios se estaba cumpliendo.
Segundo: El conocía sus recursos. .. .sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en Sus manos... (Jn. 13:3). Sí, aun los planes sutiles de Judas, realizados
bajo la instigación de Satanás, estaban plenamente bajo el control de Cristo. Esto le daba a Ella confianza de que su propio futuro no estaba en manos del azar, sino en la seguridad de la voluntad de Dios.

Tercero: El conocía su origen....sabiendo......que había salido de Dios... (Jn. 13:3). El recordaba las glorias del cielo, el compañerismo con el Padre y el plan de que
vendría a redimir una parte de la raza humana. El estaba seguro de su misión celestial.
Finalmente: El sabía su destino ....y a Dios iba... (Jn. 13:3). Entre el punto de su origen terrenal y el de su destino final, yacía la agonía de Getsemaní y el horror de la cruz. Sin embargo, porque El sabía cómo terminaría todo, podía enfrentar esa prueba confiando: ... el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios (He. 12:2). Con un sentido tan claro sobre su misión, Cristo era de tomar cualquier lugar bajo, en medio de sus discípulos. Lo que hacía no era tan importante para El, como para quien lo hacía. Aun una tarea ordinaria llega a ser extraordinaria si es hecha con la motivación correcta.
Hoy, muchas personas buscan un trabajo que puedan amar, y es maravilloso cuando lo encuentran; pero millones nunca lo hallarán y sin embargo, experimentarán satisfacción. Pablo enseñaba que aun los esclavos tenían el honor de trabajar para Dios en lugar de hacerlo para los hombres, si miraban su condición desde la perspectiva divina (Ef. 6:5-8). Podemos buscar una vocación acorde con nuestra capacitación, aptitudes y dignidad. Aveces los candidatos son rechazados porque tienen demasiada educación o experiencia, ya que les será difícil estar satisfechos con una responsabilidad menor.
¡Nunca alguien tan sobrecalificado como Cristo, el Hijo de Dios, ha estado lavando los pies de sus discípulos! Aquel que era más alto que los cielos había descendido mucho más que un esclavo. No es de sorprenderse que, con frecuencia empleara a un niño para enseñar el significado de la verdadera grandeza.

Del libro: Cincelado por la mano del Maestro (Erwin Lutzer)