Elías, el portavoz del celo de Dios


Estamos estudiando la vida de un hombre que tenía pasiones semejantes
a las nuestras: era débil donde nosotros somos débiles, fallaba donde nosotros
fallaríamos. Pero este hombre se levantó solo contra su pueblo, detuvo la marejada de la idolatría y del pecado e hizo que la nación volviera a Dios. Y lo hizo mediante el uso de recursos que están al alcance de todos nosotros.
Esto es lo fascinante de su historia...


La fe hizo de él todo lo que llegó a ser, y la fe hará lo mismo por nosotros si tan sólo la ejercemos como él la ejerció. ¡Oh, que tuviéramos la receptividad de Elías, que estuviéramos tan llenos del poder divino como él lo estuvo, y que, por tanto, fuéramos capaces de hacer proezas por Dios y por la verdad!

Pero, antes de que esto ocurra, tenemos que pasar por la misma educación por la que él pasó. Antes de que podamos pararnos en el monte Carmelo, tenemos que ir al arroyo de Querit y a Sarepta. Notemos, entonces, los pasos sucesivos en la educación de Dios para sus siervos...
En primer lugar, los siervos de Dios tienen que aprender a avanzar paso a paso. Esta es una lección elemental, pero es difícil de aprender. Sin duda alguna a Elías le pareció difícil. Antes de salir de Tisbe hacia Samaria, a dar salida al mensaje que pesaba sobre su alma, naturalmente inquiere qué debiera hacer después de que lo haya expresado. ¿Cómo lo recibirían? ¿Cuál sería el resultado de todo? Si él le hubiera hecho estas preguntas a Dios antes de salir de su lugar en la altiplanicie, lo más probable es que no hubiera salido nunca.
Y es que acaso el Padre en los Cielos nos muestra los pasos uno a uno: el resto
los tenemos que dar nosotros por fe. Así, tan pronto como el siervo de Dios dio el primer paso, y entregó el mensaje que tenía que dar, «…vino a él la palabra de Jehová, diciendo:
Apártate de aquí y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit…»
(1 R. 17:2).
Y fue sólo cuando el arroyo se había secado que volvió a él palabra del Señor,
diciendo: «Levántate, vete a Sarepta» (vs. 9).
¡Qué hermosa es la expresión «vino a él la palabra de Jehová»! Sugiere que Elías no tuvo que esforzarse buscándola: vino a él. Y así vendrá también a cada uno de nosotros; Dios nos encontrará dondequiera que nos hallemos y nos dirá lo que tenemos que hacer.
Salgamos, pues, y avancemos hacia lo que parece una espesa neblina; debajo de nuestros pies sentiremos como una losa firme y, cada vez que demos un paso hacia adelante, hallaremos que Dios ha colocado allí un lugar para pasar, y así en el próximo, y en el otro, y en el otro, tan pronto como lleguemos al lugar. Dios no nos da todas las instrucciones de una vez, no sea que nos confundamos. Él nos dice aquello que podemos recordar y hacer. Luego, hemos mirarle para recibir nuevas instrucciones; y así aprendemos los hábitos
sublimes de la obediencia y la confianza. En segundo lugar, a los siervos de Dios hay que enseñarles el valor de la vida oculta: «Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit».
El hombre que ha de asumir una alta posición ante sus semejantes tiene primero que asumir una baja posición delante de Dios. Y no hay mejor manera de abatir a un hombre que apartarlo abruptamente de una actividad en la cual estaba comenzando a pensar que su presencia era esencial, y mostrarle que él no es necesario en absoluto para el plan de Dios, obligándolo a considerar, en el solitario valle de algún Querit, cuán confundidos están sus motivos y qué insignificante es su fuerza.
Toda alma santa que quiera ejercer gran poder sobre la gente tiene que conquistarlo en algún Querit oculto. No podemos dar a menos que antes hayamos recibido. Nuestro Señor encontró su Querit en Nazaret y en el desierto de Judea, en medio de los Olivos de Betania y en las soledades de Gadara. Ninguno de nosotros puede descartar un Querit donde podamos probar las dulzuras y absorber el poder de una vida escondida con Cristo y en
Cristo mediante el poder del Espíritu Santo. Además, los siervos de Dios tienen que aprender a confiar en Él absolutamente. Al principio obedecemos tímidamente un mandamiento que parece envolver muchas imposibilidades; pero cuando descubrimos que Dios es aún mejor que su palabra, nuestra fe crece extraordinariamente, y avanzamos hacia mayores hazañas de fe y servicio. Al final, nada es imposible. Esta fue la clave de la experiencia de Elías. ¡Qué extraño que él fuera enviado a un arroyo que, por supuesto, estaría sometido a la sequía como cualquier otro! ¡Qué contrario a la naturaleza suponer que los cuervos, que se alimentan de carroña, hallarían alimento como el que podría consumir el hombre, o que, habiéndolo hallado, se lo llevarían regularmente mañana y tarde! ¡Qué improbable, también, que él pudiera permanecer oculto de la búsqueda de los esbirros de Jezabel en cualquier parte dentro de los límites de Israel! Pero el mandamiento de Dios fue claro e inequívoco. A Elías no le quedó otra alternativa que obedecer.
Elías pudo haber preferido muchos otros escondites, y no Querit, pero ése era el único lugar al cual los cuervos le llevarían las provisiones; y mientras él estuviera allí, Dios estaría comprometido a proveerle. Nuestro pensamiento supremo debe ser: «¿Estoy dónde Dios quiere que esté?». Si es así, Dios obrará un milagro directo, en vez de permitir que perezcamos por falta de algo. Dios no envía a ningún soldado a la guerra a que se las maneje por sí solo. También, los siervos de Dios son llamados con frecuencia a sentarse en arroyos que se están secando: «Pasados algunos días, se secó el arroyo» (1 R.
17:7). ¿Qué pensó entonces Elías? ¿Pensó que Dios lo había olvidado? ¿Comenzó a
hacer planes por su propia cuenta? No, sino que esperó tranquilamente en Dios. Muchos de nosotros hemos tenido que sentarnos en arroyos que se están secando; tal vez algunos están allí sentados ahora en el arroyo de la popularidad que se está secando, como ocurrió en el caso de Juan el Bautista, o en el arroyo de la salud, hundiéndose bajo una parálisis progresiva en una lenta declinación, o en el arroyo del dinero que está menguando lentamente ante las demandas de las enfermedades, las deudas excesivas y otras extravagancias de la gente... ¡Ah!, es difícil sentarse uno junto a un arroyo que
se está secando... ¡Y mucho más difícil hacer frente a los profetas de Baal en el Carmelo!
¿Por qué permite Dios que se sequen los arroyos? Él quiere enseñarnos a que confiemos no en sus dones sino en Él mismo. Aprendamos estas lecciones y volvámonos de nuestros Querits que fallan a nuestro Salvador que no falla; pues toda la suficiencia reside en Él...

Tomado del libro: Elías, el portavoz del celo de Dios (Frederick B. Meyer)